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Antes de acostarme para dormir, tomé el dispositivo y tras los pases mágicos que di sobre su cristal, iluminó mi rostro el rostro de Marte, y se fueron dibujando los avatares de su software. Algo llamó mi atención por el rabillo del ojo: subía y se acercaba a mí de manera calma y constante. Giré para enfocarlo y ya no estaba. Regresé al dispositivo y regresó, un poco más cerca que antes. Sin volver la vista hacia lo que se movía, traté de asirlo con mi mano libre y fue igual de escurridizo como el pedazo de cascarón que se cae y tratas de sacar del plato cuando quiebras un huevo al cocinar. Un segundo intento también fue infructuoso, parecía que el calor de mi mano lo impulsaba más rápido. debajo y un poco enfrente apareció otro como éste. ¿A qué vienen estas cosas? Polvo no es, el tamaño es mucho más grande y... debajo venía una horda de sus semejantes.
No parecen moverse, más que para acercarse a mí, aunque se salen de mi campo visual mientras siguen subiendo. Si las intento enfocar, es inútil, son diáfanas, como el cometa Halley aquella noche en el campo, mientras mi papá me decía que había que verlo de reojo.
Creo que me quedé un rato como espectador estupefacto ante la lluvia inversa de estos fantasmas huidizos. Jugué un poco como un buzo en el éter visible de estas cosas, de cuándo en cuándo reactivando el dispositivo para seguir con el espectáculo. No supe si el sueño comenzaba a vencerme, pero mi respiración comenzó a hacerse más profunda. Seguía sentado y apoyé una mano sobre la cama. El aire era más escaso y los párpados me desobedecían y el cuello se unió a ellos en su traición. Un latigazo me obligó a ver al techo. Ahí estaban, agrupadas en miles, millones, formando un enjambre que parecía una alfombra, un bosque marino, una borla enorme, un diente de león de proporciones bíblicas. Las esquinas de mi cuarto se perdían entre sombras como lentos chorros de tinta negra que fue llenándolo todo. Lo último que vi fue esa masa cayendo hacia mí. Como si de pronto la gravedad actuara sobre ella. El frío empezó a hacerme temblar. Ya no veía nada, no sentía mis manos, ni los brazos ni mi cuello. Dejé de sentir que estaba sentado. Dejé de respirar. Unos destellos rojos son todo lo que veo de vez en cuándo. Sé que sigo estando aquí, pero nada más. ¿Será un sueño? ¿Despertaré como si nada? ¿Qué carajo!

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