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Desperté unos minutos antes de las cuatro de la mañana.
El fresco de la madrugada se había posado en mí, y lo intentaba sacudir pasando las manos por la piel de mis brazos, pero regresaba trepando por los vellos, como aceite. No tengo ese instinto de jalar la cobija cuando el frío entra para hacerme compañía mientras duermo, y lo que hago es despertar. O enfermar. Al menos hoy, desperté.

Busqué algo de ropa y me vine a la computadora. Ésta habitación está tibia todavía, así que fue más por costumbre que por necesidad.

Puse algo de música (un español que se hace llamar Muerdo) y me gusta cómo me transporta sentimentalmente a otra época. No lo había escuchado antes, pero pareciera que sí, se siente como si ya hubiera estado ahí. Como cuando escucho a Shakira, que inmediatamente me transporta a un cuarto en el que viví durante algunos años de universidad.

Suelo escuchar durante meses las mismas canciones, así que tejo esas bandas sonoras como chambritas para guardar ciertas etapas temporales, por eso creo las asocio con algo que hice o donde estuve, o donde hice o deshice. Derecho, revés.

Pues Muerdo, me deja en un lugar y tiempo indeterminado, pero me gusta mucho cómo suena y no sé si genero recuerdos que no tengo, o qué, pero así me pasa.

Lo escucho desde YouTube, así que las sugerencias de lo que debería seguir escuchando son similares, y descubro a otros cantantes que suenan de esa forma agradable, como hippies bien a gustito. No hay problema, de vez en cuándo le cambio a mi preferencia, habiendo marcado que me gusta tal o cual, para escucharlo otro día.

El hambre llega a las cinco, así que a la tetera ya la lamen las lenguas azules del infierno y me saboreo ya el betún de la concha que desde aquí veo como una presa asequible.

Hace rato, mientras reparaban una llanta del carro, con mis hijos veía a un gato acercándose a un grupo de pollitos que rascaban y picoteaban el suelo. El gato parecía que filmaba algo para sí, absorbiendo cada movimiento con sus patas, dejando flotando su columna, preparándose detrás de unas hojitas que hierba que crecieron entre su casa y el patio aquel de los pollos. Le mostré a Mateo, diciéndole que si bajaba un poco más la altura del gato, era porque estaba acumulando la energía en sus músculos, para cuando veía segura la presa, se decidiera a saltar y cazar finalmente. Parecía que el minino me escuchó como si se lo ordenara, y bajó su perfil. Su cola serpenteaba muy despacio, y sus ojos pasaban de un pollo a otro, mientras calculaba no se qué tantas cosas antes de dar el brinco.

Nos echó a perder la escena el dueño de los pollos, que empezó a tirarle piedritas, que primero desconcentraron al gato, luego asustaron a los bípedos y finalmente  al gato.

Bajo mi perfil, absorbo los movimientos con mis piernas, y nadie puede hacer nada para salvar a esta concha de vainilla.

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