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Por la dulce voz que salía de tu boca, de pronto se enredaron las palabras en tus dientes recién cepillados. Casi pude verte boca abajo, apenas sujetando el teléfono y la sábana, mientras tus ojos cafés miraban tu interior. El sueño te vencía y me pediste que te leyera. Así leí, y casi acabando el cuento que había tomado, escuché tu rítmica respiración, tan tranquila y suave, que solo terminé de leer y colgué.
Seguro no lo recuerdas.
Seguro no lo recuerdas.
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