Sandunga

Me descubrí invocándote de una manera sutil. Estaba acostado y alcancé uno de mis pies. Con la mano lo sentí, y luego, como se apoyan las puntas de los dedos en la ouija, sentí una de las venas que marcan mis pies, sobre los tendones que todavía se notan.

Presioné un poco sobre uno de esos caminitos de sangre, interrumpiendo la circulación, sintiendo con otro dedo cómo perdía volumen, como hacías tú con las venas de mis manos y entonces volviste a mi con ese par de ojos felinos, preciosos, entre el resplandor de tu cabello rizado, dorado.

Fue una bomba de emociones que tuve en un segundo, y solté la ouija.

Yo no creo en fantasmas.

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