65
Espero en la esquina al camión que me lleva a una de esas prisiones modernas que llaman oficinas, y un sonido escandaloso cruza la calle. Algo como un balón pasa junto a mí, rodando. Un carro y una motocicleta empiezan a pitar.
Veo lo que rodó y es un casco. El carro y la motocicleta siguen pitando, para avisarle al motociclista que va adelante que su yelmo se le salió del asiento en la última vuelta. Me acerco al casco y lo levanto. A la distancia, el motociclista es alcanzado por el que le pitaba.
Estaciona su rocín y viene corriendo. Lo alcanzó en la esquina, y le entrego su casco. —Mejor póntelo, men (nunca había dicho men) —Simón, gracias, carnal Y se va corriendo de nuevo. Llega mi camión y no veo si se pone el casco.
Después de todo, al rey Enrique II no le ayudó mucho tener un yelmo, pero uno nunca sabe. Me siento extraño por la relación que hice con las cosas caballerescas. Después recuerdo que también me llamo Arturo.
Veo lo que rodó y es un casco. El carro y la motocicleta siguen pitando, para avisarle al motociclista que va adelante que su yelmo se le salió del asiento en la última vuelta. Me acerco al casco y lo levanto. A la distancia, el motociclista es alcanzado por el que le pitaba.
Estaciona su rocín y viene corriendo. Lo alcanzó en la esquina, y le entrego su casco. —Mejor póntelo, men (nunca había dicho men) —Simón, gracias, carnal Y se va corriendo de nuevo. Llega mi camión y no veo si se pone el casco.
Después de todo, al rey Enrique II no le ayudó mucho tener un yelmo, pero uno nunca sabe. Me siento extraño por la relación que hice con las cosas caballerescas. Después recuerdo que también me llamo Arturo.
Comentarios
Publicar un comentario