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Un cerro en el medio del valle de Oaxaca, a modo de península en un mar de casas, divide en dos a la ciudad. Para subir al cerro por la calle Manuel Sabino Crespo hay una serie de escaleras que se internan en sus entrañas, debiendo pasar debajo del arrollo vehicular de una carretera que creció dos carriles desde que la recuerdo en mi infancia.
Saliendo del pequeño túnel lleno de murales y pintas, llega uno a los pies del auditorio Guelaguetza y a los tubulares soportes de su enorme velaria.
Esa velaria es la segunda que viste el auditorio. La primera se desgarró con el viento. Al parecer, los millones que costó no fueron suficientes para que tuviera una calidad suficiente y no se rasgara. Ahora parece que ya duró un poco más. Afea un poco el cerro, eso sí. Desde el pueblo donde trabajo, se puede ver esa superficie blanca, reluctante, como una enorme hoja de maple retorcida por el sol sobre el Cerro del Fortín.
Recuerdo haber ido muchas veces a ese auditorio llevado por mis padres para ver la Guelaguetza, un evento donde delegaciones en cada una de las 8 regiones de Oaxaca llevan a representantes para bailar, cantar y convivir con la gente que se reúne en estas fechas de julio.
Muchos oaxaqueños son felices viendo las transmisiones del evento, que son bastante largas. En los restaurantes se aprecian en HD las imágenes y los que mayormente gozan de cada toma son los extranjeros, que luego van a comprar esos atuendos de algodón, tejidos en telar de cintura con vivísimos colores para llevarse algo de aquí. Algunos mejor compran playas o casas en Oaxaca, pero son los menos.
Lo que no me gusta es que la mayoría está encantada con la Guelaguetza, aunque no así con los indígenas. En Oaxaca hay muchísimos pueblos indígenas y tan distintos en su manera de pensar que mejor pintan su rayita unos con otros y por eso tenemos 570 municipios enraizados en todo el territorio de Oaxaca (quinto estado más grande de México).
Normalmente son vendedores ambulantes y últimamente mendicantes. Los primeros siempre tienen una sonrisa más grande que las mazorcas que se cultivan en el valle. Muy solícitos, serviciales y amables. Aunque cuando giran al ver a sus hijos al lado del puesto su cara se transforma y se ven severos, adustos y mandones, como todo padre cuando quiere mostrarse autoritario. Se ponen y se quitan la máscara para agradar y no ser más relegado. Hay grupos de oaxaqueños, casi siempre serranos, donde alguien más vivo que cualquiera, los recluta, uniforma y esclaviza para vender dulces o bolear zapatos. Siempre se les ve con sus cajones, sus anchas correas tejidas cruzándoles la espalda, como cananas, y texteando por teléfono. Siempre el teléfono en la mano, reportando qué vendieron y por dónde están. Cuando llaman siempre es usando su idioma, tan ajeno al español. Hay gente que se molesta realmente si los oye hablando en su idioma en la calle. Al parecer hay estúpidos en todos lados. Cuando los paisanos les venden a otros oaxaqueños, el regateo es obligatorio. Recuerdo que alguna vez que acompañé a mi abuela al mercado, me mandó a comprar tlayudas. Las tlayudas son unas tortillas grandes, fragantes a cal y masa cocida, un poco duras como para hacerlas taco, pero con hambre todo se puede. Antes se usaban para viajar, pues no se enmohecen fácilmente, así para calentarlas se esparcían un poco de agua y al comal o a las brasas, unos giros y vueltas después y estaban listas. Muchos las fríen para hacer unas ricas tostadas. Bueno, pues cuando regresé de haber comprado, me gané un zape por no regatear el precio con la marchanta. Me dijo mi abuela que siempre hay que pedir más por menos dinero, luego esa gente cree que uno es tonto y se aprovechan.
"Esos son bien canijos, luego te quieren ver la cara" he escuchado en otra ocasión y "son bien vengativos, son cabrones". Supongo que no lo entiendo porque nunca ha tenido broncas con gente de otro lugar, pero se me hace un prejuicio y procuro ridiculizar a quien lo tiene.
Sobre el templete del auditorio todo es muy bonito, pero al nivel del suelo pareciera que el paisano cambia de aspecto. Es rechazado, relegado, hasta sospechoso. No por nada hasta en la cárcel paran al no poderse defender en español.
Pareciera que a los indígenas se les prefiere como producto, en un mostrador, antes de como un igual. Muy pocos no son así de racistas. Muy pocos.

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