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A veces hago uso de una elefanta blanca, por aquello de la memoria. Me gusta por su lentitud, su volumen, el peso enorme que nadie puede detener, solo ella.

Tangente a ella, sobre la mole andante, camino a través de esta selva de recuerdos. Algunos de ellos, apenas los pise, desaparecerán, dejando en nuestro andar, espejos de Mandelbrot, con infinitos bordes brillantes.

Otros recuerdos serán más grandes ramificados y flexibles que a nuestro paso solo se sacudirán derramando el rocío acumulado en sus hojas, millones de esferas fusionándose en frescos tragos que se disfrutan, aquí arriba, sobre las arrugas de Paqui, con el ruido del follaje rodeándonos.

Donde el piso es más suave, saturado de humedad, Paqui está más cómoda. Encuentra pastos de ti, enormes como bambúes, decenas, cientos de ellos, meciéndose en forma de marea verde. Aquí tu piel pecosa, acá tu pupitre anaranjado delante del mío, allá tus piernas subiendo el Crestón,  aquí tus audífonos blancos… la trompa los rodea gentil, con la punta extraterrestre de dos dedos y dos orificios, prensil, juntándolo todo, sin diferenciar sus tallos. Y estás en un ramillete, en el que se distinguen tus enormes ojos negros, los verdes, los cafés, tu nombre de estrella, el bíblico, el romano, el angélico, el ruso, el zapoteco, el patricio, el que parece que brota, el que me encanta cómo suena mientras lo deletreo despacio… así, cada letra de tus nombres van crepitando en la probóside albina, acercándose a la boca. Mastica así los rastros de tus momentos, en el patio de la escuela, en la alfombra de la casa, en el carro de mi madre, en la cabaña, en la meseta del terreno, en el escritorio, en las faldas de San Felipe, en tu colchón blando, en el caos de tu habitación con la ventana neoyorquina, en la escalera de caracol, en el elevador, en los papelitos doblados con tu letra dentro, en el fax de Subdirección, en tu espalda recta, en tus mechones de color, en tu piel con ese cilicio de flores, en tu sonrisa donde muerdes tu lengua, en el metal que escuchas, en tu llegada furtiva a mi cuarto, en los pedazos en que se convirtió ese sobre que no pudiste leer… todo se macera en los enormes molares de Paqui.

Ese alimento la nutre, la vuelve más blanca, la convierte en una diosa, mi diosa blanca.

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