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Escribir a cuenta de nada.
Te quedas pensando en la pendejada que querías escribir cuando ibas en el camión y según tuviste una idea genial para desarrollarla y cuando llegas al teclado: nada. La puta nada te toca el hombro, y tratas de alcanzarla con la mano para que sepa que estás ahí y que le tienes afecto, que no la dejarás, que la amas. Una sonrisa estúpida y una mota de polvo te llama la atención en tu hombro y ya que tienes la mano cerca, la sacudes.
Regresas a ver el monitor... brillante, tanto, que lo demás queda en grises. El libro a la izquierda con las hojas entreabiertas, como invitando a tener intimidad, pero la brillantez inunda tus escleróticas y la nada te da un beso en la oreja. ¿La hoja en blanco te reta? No. No es nada. Nada te tiene de los huevos y no te soltará.
Mejor regreso a leer a Piglia. Así no voy a escribir nada.

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