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Ya son tres días desde que disfruto el clima de la mañana durante el trayecto de mi casa al trabajo. La temperatura es baja pero no tanto como para usar suéter o chamarra. Hoy en particular me gustó que aunque todo se veía perfectamente iluminado y eran casi las ocho de la mañana, el Sol no aparecía por ningún lado.

Vivo en el valle de Oaxaca y desde temprano, el Sol se asoma enorme entre el cerro del jaguar y la serranía que se pierde hacia el rumbo de Tlacolula. Siempre he querido vivir en una parte alta, arriba de un cerro y de frente al Sol para poder ver antes que nadie cómo nuestra propia estrella inunda de luz anaranjada las ventanas de la hipotética casa. En una de las calles por las que pasa el autobús que tomo diario, si es uno de esos raros días en que salgo temprano, puedo ver esa enorme bola de fuego pasar entre el corral que forman las orquetas de las torres de alta tensión con sus primitivos cables de acero, como queriendo atraparlo.

Últimamente el tiempo ha pasado de caluroso a "esto es un pinche horno" de las once del día hasta las seis de la tarde. El viento ha estado ausente y apenas se mueven las hojas de los árboles. A veces creo que veo por el ventanal de la oficina una fotografía de los techos rojos de las aulas entre hojas de ficus. Justo ahora que son más o menos las ocho y media de la mañana, pareciera que estamos en ese capítulo de la dimensión desconocida donde no se ha terminado de construir la realidad, porque detrás de la malla perimetral de esta escuela, el paisaje de desvanece hasta un blanco absoluto. En la carretera el efecto es espectacular. Me recuerda mucho esos videojuegos de cuando las computadoras no eran tan rápidas y podías ver cómo se iban renderizando los polígonos del fondo del paisaje (cerros, pinos, casitas, etc.) mientras acelerabas sobre una carretera más o menos realista.

El microuniverso visible en el que estoy, ha venido haciéndose más pequeño cada día por la cantidad de incendios que han habido en los cerros cercanos a la ciudad. Hace una semana, por la mañana veía una ligera humareda albina sobre los cerros cercanos a Cinco Señores. Nada es especial. Pero por la tarde, ya de regreso a mi casa, las columnas de humo pardo-rojizo estaban del lado opuesto del cerro, enormes, llenando de humo las casas regadas sobre las faldas del cerro. Tengo entendido que no se quemó ninguna, pero sí fueron inhabitables esa tarde. Por la noche llovió y creo que eso apagó el incendio.

Sin viento, todo ese humo quedó suspendido en el valle y la hace de invernadero. De hecho, huele a humo, no sólo es un domo. Las chicharras no se cansan de hacer su ruido, como imitando esos módems viejos que obstruían la línea telefónica para usar el internet. Hacen un domo acústico de esa maldita frecuencia. Diecisiete años enterradas para que hoy estén chingue y chingue con ese canto. Perdón pero luego de siene horas de escucharlas continuamente, como que hinchan las gónadas.

Aunque esté el ruido y con el lienzo fondeado, esta mañana está agradable. Nada tiene sombra y todavía está fresco.

Comentarios

  1. No había sabido de tu blog. ¿Sabías que Chamarra es una palabra vasca adaptada al español? Seguro que sí. Eres de las personas más cultas que conozco y me congratula ser tu amigo. Saludos desde este lado del mundo wei.

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    1. Jajaja sí, la leí en una novela como zamarra y ahí me enteré :-D
      Hombre, ¿cuándo vienes por el pueblo de nuevo? ¡Avisas!
      Y gracias por el comentario, aunque creo que me queda grande esa zamarra que me pones :)

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    2. Y samarreta es camiseta en catalán, jajajaja. Pues no sé cuando vaya, cada vez el espíritu viajero se apodera de mí y me orilla a querer conocer otras culturas y formas de ver la vida; espero que para el siguiente año. ¡Yo te aviso!
      ¡Qué todo vaya muy bien por allá! Y no, no te queda grande.
      Saludos a la familia.
      Un abrazo.

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