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Vivo en el centro de Oaxaca, una ciudad donde los artistas abundan.

Pintores, artesanos, escultores, escritores, entre otros muchos representantes de expresiones artísticas se caldean aquí, en el centro de Oaxaca. Cortés tuvo una casa aquí cerquita, que ahora es un hermoso museo remosado y lleno siempre de obras que pasman. Toledo tiene también algunas casas que las ha convertido en talleres, galerías vivientes donde no sólo se muestran obras sino que se gestan en sus entrañas y paren ahí mismo.

De las obras que más me gustan porque siempre están expuestas, son de las que menos sé. Desconozco los nombres de los arquitectos que dieron forma a tanto edificio en Oaxaca.

Caminando por las calles del centro histórico, si se ignoran (al menos visualmente) las protestas de algunos de sus sectores (los más jodidos, los apestados, los menos, y algunos los más comodinos) se pueden apreciar hermosos edificios de la época colonial, muchos de ellos usados para la explotación de los antiguos oaxaqueños. En otras épocas usados como haciendas, tiendas de españoles, casas curales, entre otros rubros, ahora son estéticas, plazas comerciales, hoteles, museos o vecindades desvencijadas esperando a Toledo o a Harp para ser rehabilitadas y tener un futuro más digno. Edificios enormes de una planta que en su interior tienen amplios corredores, fuentes, incluso varios patios, ahora han sido fragmentados en diferentes propiedades. Las fachadas de estos edificios en el mejor de los casos han sido preservadas y sólo denotan sus particiones interiores por los colores de su pintura o placas publicitarias que ostentan afuera.

Decenas de acantos labrados en cantera rosa o verde todavía sostienen sus techados abovedados, enyesados a mano, con frescos o con ladrillos desnudos que todavía desafían a la gravedad. Leones, ramilletes de flores pétreas, algunos simulando suaves listones colgando de las ventanas, uvas, flores de hierro sosteniendo la vertical en algunos balcones, huevos guardando el equilibrio en los remates de casas, conchas, caracoles, perlas, blasones, retablos, santos, vírgenes, entre otros elementos que hacen las delicias de las palomas y sus corrosivas heces.

Poco a poco algunas construcciones tienen su segundo aire. Siempre de la mano de un particular. En el mejor de los casos, un filántropo; en la mayoría, un comerciante. Qué bueno que haya personas capaces de recuperar las joyas arquitectónicas que hay en Oaxaca. Aquí tenemos tan mala memoria que incluso se descubren templos olvidados entre las casas del primer cuadro de la ciudad, como el ahora Centro Académico y Cultural San Pablo visitar una referencia.

En ocasiones se acomide un gobernador a restaurar alguna zona y parece que aunque el costo sea altísimo, a los seis meses los acabados se caen por sí solos. Incluso algunos elementos de la antigua arquitectura de Oaxaca reaparecen como de milagro, en algunas de sus propiedades.

A veces, mientras camino por las calles del centro, algún extranjero entra a su casa y deja ver por un instante algún corredor con piso de ladrillo, vitrinas engastadas en arcos amplísimos de cantera, estanques enmarcados con vigas de acero, escaleras con sus huellas de cantera o granito, columnas monolíticas que soportan tejas antiguas... un segundo y se cierra la puerta.

Últimamente he visto desaparecer algunas casas viejas del centro. Enormes casas que no tenían otro mérito (al menos visible desde la calle) que el aguantar más o menos de pie durante más de un siglo. Ahora son predios en construcción contenidos por corrales de láminas que sólo dejan ver por encima de ellas las plumas frenéticas de las grúas acarreando material, perforando roca para cimentar.

Cuántas veces me han decepcionado los arquitectos cuando quitan sus láminas. Queda un edificio sin chiste, con aparentes por todos lados, rectángulos sosos llenos de ventanas de aluminio. Mejor miéntenmela.

Oaxaca ha cambiado más rápido en esta última década. Espero que para bien.

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