4

Una niña irrumpe en mi oficina. Balanceándose sobre sus pies de gnomo, torpe, con la piel brillante y bien peinada con sendos cuetes que tiene sobre las orejas. Balbucea algo mientras agita con una de sus manecitas una minilibreta con espiral empastada con esas figuras de Tierno y tierna que hacía mucho no veía.

Con una habilidad que un borracho envidiaría, pone todo su peso sobre una pierna y gira el cuerpo, sólo para salir corriendo de mi celdilla godín, gritando de nervios. Su madre ya venía acuclillada por su querube, con los brazos protectores adelantados.

La señora entonces la carga pero la niña se convierte en gusano, se retuerce, le crecen nuevamente brazos y piernas y con todo ese lenguaje corporal de contorsiones erráticas logra su cometido, revirtiendo la abducción de la nave nodriza.

Hay que tener demasiada paciencia para estar con los niños, ya no digo criarlos o educarlos, que es un trabajo ciclópeo (curiosamente también cuesta un ojo de la cara).

Camino a la casa, como cruzo la ciudad, me toca ver a decenas de mujeres que de pronto suben al camión con su bolsa, dos mochilas con ruedas y suéteres bajo el brazo, una maqueta, un bebé en brazos, dos hijos más que guía para conseguir asiento, rebuscando en su monedero por el dinero del pasaje y resoplando la conversación que sostiene en su celular. Shiva encarnada, controlándolo todo olvidándose de sí misma. De vez en cuándo me toca también ver a hombres con un hijo, no más. Si acaso, sosteniendo la mochila del niño, aunque la mayor de las veces el niño la hace de pípila, acarreando la loza de una educación de calidad, como dice Nuño.

Caminar por el pasillo de un camión es una buena práctica para ejemplificar las leyes de Newton. Nivel Pro si se toma en cuenta la calidad de las calles, la pericia del chofer y la cantidad de gente que ya quiere llegar a su casa. Entre los choferes hay algunos que de plano no viven en el mundo análogo. O aceleran o frenan, pero nada es gradual. El chingadazo del arranque hace que las cabezas retrocedan y el freno lo contrario. Me ha tocado ver ancianos rodar hasta el lugar del chofer, señoras que acaban en los brazos de los que van sentados, niños que ruedan por haberse soltado, y muy pocas de estas personas víctimas de la inercia, detenidas por manos amigas, de los que ayudan.

El equilibrio en nosotros, torpes bípedos sin cola, se ha convertido en el más añorado sentido, cuando subimos a un camión. Quizá inconscientemente esperamos esos brazos protectores al final del pasillo.

Comentarios

Entradas populares