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Flume y Chet Faker suenan ahora en este cubículo.

Dicen que cuando se cierra una puerta una ventana se abre, y lo hago en la oficina: cierro la puerta y abro las ventanas para recibir el aire frío que empuja despacio la llovizna. El cielo no aparece por ningún lado, sólo los cerros cercanos son visibles y los pájaros no vuelan tanto como otros días, están encaramados en recovecos acicalándose, tomando agua de sus plumas o pareciendo enojados, viéndonos desde sus ramitas con sus ojos robóticos.

Hay un molesto ruido de arenilla que se pega en las suelas y termina en las rueditas de mi silla secretarial. Mejor me levanto y voy por la escoba.

Listo. Ahora sí, me recargo, agarro la lata de coca-cola y la decanto en mi boca, sorbiendo un poco, para que salgan más burbujas. Me arde la garganta desde ayer, pero siento alivio con el agua carbonatada fría deslizándose por ella, reventando burbujas en su carrera. Cierro los ojos mientras todavía el sabor se escurre por los dientes y algunos pliegues en la boca. Lejos, se escuchan los chismorreos de mis compañeras de condena.

Lejos...

Lejos.

Siento cómo me voy soltando a esa nada. Aire frío entra por mis fosas nasales y poco a poco hinchan mis pulmones. Saco la panza y entra más aire... me detengo y regreso a la realidad.

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