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Una compañera del trabajo me entregó unos documentos que le había pedido para un trámite que dábamos por perdido. Cuando entró a mi cubículo de paredes con símil de tirol planchado, el ambiente cambió. La mayoría de las veces no aguanto los perfumes que muchas personas usan. Se me hacen tan invasivos, que no los soporto. Mi nariz comienza a darme picor, y me cuesta trabajo respirar. No es una alergia, simplemente no me gusta. A veces me he bajado del camión porque no aguanto el olor de alguna entusiasta del bautismo vía eau de toilette.
Mi compañera no llegaba a ese extremo. De hecho me gustó tanto que le pregunté qué perfume llevaba, cosa que nunca hago por pena. Así es como me he quedado con esa memoria olfativa de tres personas que recuerdo todavía como si estuvieran a mi lado, manando un delicioso aroma, del que quisieras beber mientras apoyas la punta de la nariz en el cuello y besas su piel. Pero bueno, está mal visto hacer eso con desconocidas en lugares públicos. I love, me dijo mi compañera, de Moschino.
Al ser tan payaso para las fragancias, la sección de perfumes en las tiendas departamentales son de las cosas que paso sin ver. Quisiera tener los músculos nasales de los camellos, para poder cerrarlos al pasar casi corriendo por ahí. Luego del episodio de Perfumería, tomo un buen trago de aire.
El caso es que Isabel cumple años dentro de unos días, y a ella le gustan los perfumes. Casi no usa porque bueno, los perfumes no son tan accesibles como yo quisiera para poder darle el gusto de vez en cuándo, pero bueno, esta temporada tuve unos trabajos extra y puedo sorprenderla, pues conoce mi aversión a las interfaces olfativas. Así que hice mi sacrificio y ahí estaba yo, como Isaac en medio de la sección pulimentada de Perfumería, bajo el cuchillo de Abraham, el vendedor de perfumes más persuasivo que he visto. Bueno, el único que he conocido.
Le pregunté por I love, como cualquier neófito en la industria podría hacer. Me preguntó la edad de la dama, cosa que me sacó una sonrisa, pues ver a un chavo de 20 o 24 años -cuando mucho- usando ese lenguaje es algo extraño. No tenía muestra del perfume, pero sí tenía el producto. Y gustoso me mostró -¿es correcto mostrar algo a la nariz?- otros. Unos de plano me hubieran hecho bajar de una limusina. Venían a mi mente esas güeritas que parecen producidas en serie: cabello largo, flacas, blancas, medias encorvadas checando su iPhone con funda de cristales de swarovski. No, definitivamente no. Aunque había algo en esos perfumes que me agradaba, aunque daban algún tipo de patada al final. Unas escopetas para mis sensibles cornetes.
Otros de los que tenía eran demasiado caros y sofisticados para comprarlos, pues el chiste es que Isabel lo use, no que los herede Jade. Así que no tenía mucho chiste que fuera exquisito o que diera la idea de personas con vestido de noche o trajes de gala porque pues no. Quería algo que fuera floral, pues Isabel es fan de las flores -más si son cactáceas- y algo afrutados, porque también le gusta el vino de vez en cuándo.
Luego de algunas fragancias en la mano en tarjetas de papel de algodón con su marca estampada, el mercenario seductor me acercó una cajita metálica diciéndome que podría darle unos cuatro golpes para neutralizar lo que había olido antes. Me sacó de onda porque no me he metido droga alguna más que algunos hongos  que Fleming recomienda en algunos casos, pero un milisegundo después se fue lo naco de mí y abrí la cajita con un diseño calado tipo marroquí y había una buena cantidad de granos de café. Qué ganas de meterme en la cajita, o beberla. Pensé en mejor regalarle un costal de café, así también estaríamos a gusto, mientras vemos llover afuera. En fin, funcionó el café. Incluso las emociones me las cambió.
Los perfumes hacen algo raro en mi cabeza. Evocan de cierta manera recuerdos o colores o algo así, no sabría cómo explicarlo, y uno que me mostró Abraham me hacía sentir el color púrpura, con algo así como acariciar un pedazo de satén... ¿me explico? luego un olor parecido al bambú, como cuando se le araña la superficie. Así que me convenció.
Lo envolvió para regalo -creo que lo haré yo, pues me gusta forrar cosas y luego les hago pliegues y le marco las esquinas para jugar al arquitecto que arma una maqueta y crear estructuras es algo fascinante para mí. El cuchillo está en mi garganta.
El viernes veré a mi ángel.
Espero que le guste.

Comentarios

  1. Cabrón, deberías escribir un libro...
    ¡Haces viajar con tus letras!


    Un abrazo.

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