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De vez en cuándo, gasto un poco de dinero para mí, sin tomar en cuenta lo que necesito, si no lo que quiero. La mayoría de esas veces esto representa un problema, porque me gusta tanto esa sensación que no puedo detenerme hasta que me he acabado el dinero. Hoy fue un día de esos.

Fui a una cafetería francesa que queda cerca de mi casa. Realmente se meten en su papel, pues la música ambiental en su mayoría es francesa. También la carta está en francés, o al menos el nombre de cada platillo, así que debo imaginarme cómo se pronunciaría cada palabra. La 'a' la pronuncio casi como 'o'; si la 'e' está al final entonces pronuncio la consonante que le antecede; la 'r' la hago sonar gutural; también la 'e' la redondeo como la 'o', entre otras reglas que me invento. En fin... cometí la barrabasada de pedir un café americano aunque no lo endulcé, pero bueno.

Pedí también un club sándwich llamado La Rivière. Mencionaba la carta que era pan hecho en casa, con queso, pollo frito con especias, tocino, queso gratinado, aguacate y jitomate además de mayonesa. Me brincaron el aguacate y el jitomate pero bueno, no es una cocina francesa de antes del descubrimiento de América, ¿verdad?.

El café estuvo rico. Repetí. Llegó el club y bueno, lo primero que pensé fue cómo empezar a comerlo, pues como era con queso gratinado en la tapa superior, como que hay que experimentar los cortes para que no ruede todo (pues me lo sirvieron en una tabla para cortar, no en un plato normal) y me dejara con hambre. En fin, comencé a rebanarlo y el pan crujía con cada ir y venir del cuchillo. Sonaba rico, y eso es raro. Luego frenó un poco el corte el queso, mientras salían volutas de vapor impregnadas del olor a tocino y las especias del pollo. Las rodajas de jitomate resbalaban por los lados, chorreando una mezcla bicolor de mayonesa y su jugo, con algunas semillas naufragando. Piqué el aguacate que había saltado de la torre que era el sándwich y con él, formé una brocheta de pollo, tocino, pan y jitomate para probarlo todo a la vez. Riquísimo.

Ya avanzada la operación, cuando giré un poco el sándwich, encontré las semillas de ajonjolí que tanto me gustan en el pan: tostaditas, pegadas a su corteza. No dudé en cortar un buen pedazo con ellas para engullirlas como cápsulas crocantes de ese olor tan rico que guardan.

Estaba extasiado con ese platillo. Realmente lo disfruté. Tanto me gustó, que incluso la ensalada pasó por mis dientes. Eran las doce y ya no eran horas de un almuerzo, pero valió la pena la espera.



Comentarios

  1. No mames, se ve muy rico; me recuerda a un sandwich muy parecido que me chingué en Biarritz en unas vacaciones de verano hace unos 2 años, si mal no recuerdo.

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