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Dentro de una institución federal, la burocracia es el pan de cada día. Uno como servidor público entra con los ojos cerrados, como el Borras, a lo pendejo pues. Poco a poco se va descubriendo cómo funciona todo (bonito eufemismo).

Lo primero que uno nota es el sistema de castas, ya no jerarquías, porque al menos en mi institución, así como entraste así te quedas. Más con la reforma que la gente aplaudía, pensando que los docentes, los mentores, los pilares de la educación, dejarían de ser argüenderos (muchas veces de manera válida, aunque la mayoría no). La asignación de las responsabilidades de cada puesto también es de lo primero que asoma su nariz en la bella burocracia. Uno no puede estar enderezando lo que está mal puesto si no le corresponde, ¡No vaya a ser que algo de verdad funcione y el patrón represor exija cada vez más a la clase obrera!. Así que si no es tu tarea, no es tu pedo. Pueden llegar a demandarte por usurpación de funciones. Una denuncia ante el Órgano Interno de Control y te caen como los de Asuntos Internos del FBI en serie gringa. Copia de contrato, copia de comprobantes de pago, credencial de elector, credencial de la institución, listado de nómina, registros de asistencia, carta de buena conducta, fe de bautismo, conteo de espermatozoides y hasta secuencia de ADN mitocondrial serían necesarios para comenzar la investigación de por qué Fulanito hizo equis cosa cuando era Sutanito legalmente, que para algo estudió y tiene un nombramiento firmado  por el mismísimo Director General de esta sagrada institución.

El sindicato es el segundo patrón con el que se debe sobrevivir. Incluso desde la contratación uno escoje quién se va a quedar con la cuota sindical que aparece en el comprobante de pago. Con el SNTE o con el Sindicato Independiente. Nadie sabe quién o quiénes son el Sindicato Independiente, pero el dinero se descuenta, oh sí. Esa maña que tenemos de ver el universo partido en dos es lo que nos empuja a tener también dos patrones: el oficial y el sindical. El agua y el aceite. Chana y Juana. Melón o Sandía. Velis Nolis. Uno es charro cuando la diferencia entre estos dos polos se torna gris. De manera dogmática, cuando uno es parte del comité del sindicato, la parte directiva de la oficina es casi tu peor enemigo. Maggie y Gerald. Grúñele, porque si no se te trepan a las barbas.

Viéndolo bien, en lugar de que la organización sea una pirámide donde arriba está el jefe, es como un pentagrama y no precisamente el de Pitágoras. Este va hacia abajo, donde los dos patrones forman los cuernos, las orejas serían los aliados políticos de uno y otro bando y la barba del chivo, uno. Todos encerrados en un círculo vicioso.

Bueno, fuera de drama, de lo que quería hablar era de que luego de varios años trabajando aquí, sacrificando horas de espera en oficinas donde uno se reduce a la mínima expresión burocrática, donde uno es un trámite más, casi nada pues, dentro de todo este desmadre que es trabajar en las tripas del gobierno, la gente operativa, la que hace las cosas, es la que poco a poco te va conociendo. Llegas a la oficina de Ciudad de México y Perenganita ya te reconoce, te pregunta cómo está Molcas, qué pasó con Ya Sabes Quién, si finalmente se jubiló La Güerita (que lleva años alimentando gusanos y ni la conocí) pero bueno, ya te conocen y eres parte de algo así como una secta, donde la iniciación fue algo tormentosa.

Pues hoy tuve un problema y me di cuenta que ya tengo una red de soporte. Amigos que primero como compañeros nos las vimos negras con tal o cual trámite. Que nos apoyamos para salir de una bronca que la veíamos perdida, que pudo hacer tal o cuál cosa para que a un compañero le pagaran algo que ya tenía tiempo que hasta resignado estaba, etc. etc. Una llamada y te sacan del apuro, aunque ya no estén en los puestos donde los conociste, pero la experiencia del trabajo, la convivencia, las broncas, injusticias comunes, incluso demandas, forjaron algo bien padre entre uno y ellos. Es lo que vale la pena en este trabajo, los contactos, la gente que trabaja, los amigos.

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