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Hace unos días se celebró el día del padre y mis hijos tuvieron que pasar por esa serie de acondicionamiento sobre dicho festejo. Prepararon regalos que ellos hicieron, además de recibir la información de cómo felicitarme y eso que luego de grandes uno se pregunta si es normal hacerlo en un día o cómo se fue adquiriendo la costumbre.
Casi siempre intento aterrizar a mis hijos cuando tienden a subirme en un pedestal. Si soy quien todo lo sabe, les recuerdo que nadie podría saberlo todo y que no soy para nada sabio, que cometo errores, que ignoro casi todo, que sólo intento hacer las cosas. Me dan por mi lado y me dice Jade "bueno, a mí me parece que lo sabes todo. Me parece." Y termina aterrizándome.
Hasta hace unos años, Mateo pensaba que mi trabajo era manual, como se acostumbra poner en las caricaturas, o las costumbres de los oficios. Así que cuando me decía que de grande quería trabajar igual que yo, iba por el martillo. Ahora me dice que seguirá mis pasos. No sé dónde escuchó eso, pero sacude mucho aquí dentro. Le digo que no, que él podrá tomar su propio camino. Que cada cosa que aprenda le ayudará para dar el siguiente paso, que seguramente llegará más lejos que yo.
Eso de ser una referencia para los hijos es un trabajo que pesa como no tienes idea. Cada segundo cuenta. Lo sabes porque si dijiste algo hace unos ocho días, y que no le diste importancia, de pronto sale tu hijo mencionándolo como si lo hubieras escrito en piedra.
Jade me preguntó apenas, si me había gustado su regalo. Era una alcancía con forma de perrito que ella había pintado, decorado y envuelto. Le dije que sí, que por eso la había puesto en nuestra recámara. "¿Y entonces porqué no la usas?" me preguntó con su manecita en la cintura inexistente de una niña de 5 años. Tomé una moneda de cinco pesos y estaba a punto de meterlo por ha hendidura del cánido y no entraba. Un pedacito de rebaba del yeso estorbaba. Así que girando un poco la moneda, con el canto, fui desgastando el yeso para que al final, cayera en el interior del perrito. Jade parecía contenta de que usara el regalo. Osé decir algo que después supe que fue muy tonto. "Así le voy a echar monedas cada vez que esté aquí y cuando esté lleno, lo rompemos y compramos algo juntos, ¿sale?". Se le anegaron los ojos de lágrimas y me dijo que no quería que lo rompiera. Luego de esa torpeza de mi parte, la abracé y traté de consolarla. "No hija, no hay que romperla entonces, pero así no puede usarse para ahorrar. Es de yeso y no se le pueden sacar las monedas de otra forma. Me gusta mucho porque lo hiciste tú para regalármelo, así que no lo voy a romper, ¿sí? Aquí se va a quedar el perrito mira." y lo regresé al mismo lugar de donde lo tomé, al lado de los libros, los tesoros pues. Jade se calmó un poco y le sonrió al perro de mirada perdida. Sorbió su nariz, se pasó su bracito por los ojos y quedó lista para pasar a otra cosa. Yo me quedé con un raspón en el miocardio.
Es la moneda de cinco pesos más cara que una alcancía pueda tener. Y no saldrá de ahí nunca.

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